Normalmente, el espacio arquitectónico está delimitado por seis planos: suelo, techo y las cuatro paredes; nosotros habitamos el espacio interior de esta caja. Este espacio físico que nos sirve de protección también nos permite expresarnos estética y culturalmente.
¿Pero cómo percibimos este espacio físico? Habitualmente, nos referimos por su cualidad de ser computable, lo medimos en metros cuadrados. Pero, nosotros habitamos el espacio y no el plano, por lo que debería ser cuantificado en metros cúbicos, de esta manera tendríamos mayor información de la calidad del diseño de la edificación.
El espacio es algo que percibimos en función de lo que nos rodea; somos nosotros los que sentimos el espacio y lo convertimos en propio, o no.
Este concepto de percepción del espacio lo vamos desarrollando desde la infancia: haciendo nuestro el lugar donde jugamos, donde comemos, donde sentirnos protegidos. En nuestro hábitat hay espacios que exploramos y que pueden producirnos experiencias gratas o desdichadas, por lo que, la consciencia del espacio depende de la experiencia adquirida y los acontecimientos que nos han marcado a lo largo de nuestra vida.
Cuantificar el espacio perceptible es imposible o, absurdo. Podemos hablar de apreciación psicológica del espacio y definirlo como estable, inestable, envolvente, opresivo… Estamos hablando de percepciones, sensaciones y, emociones.
Tenemos percepción espacial, percepción visual y percepción sensorial de un espacio. La percepción viene determinada por la conciencia, la memoria, el conocimiento de los objetos, la interpretación de la realidad… El ser humano intenta reconocer, nombrar, apreciar o rechazar.
Los volúmenes, las formas, la luz, las sombras, las texturas de los materiales, los colores, los brillos, la profundidad, la altura… determinan si un espacio es detectado como acogedor, seguro, estimulante, apacible, flexible o, todo lo contrario.
Somos seres emocionales, percibimos el espacio por los sentidos, por lo tanto, para conseguir el necesario confort, se tendrá que atender a los cinco sentidos:
– Tacto: a través de la temperatura, textura de los materiales, telas…
– Olfato: por el olor de los materiales, de los alimentos, de los productos de limpieza, las plantas…
– Vista: los volúmenes, las formas, la luz, la psicología del color, la estética, las vistas hacia el exterior…
– Oído: aislar del ruido exterior, evitar ruidos interiores o potenciarlos, si nos interesa.
– Gusto: básicamente lo relacionamos con el acto de comer, por lo tanto, lo reducimos a la cocina, comedor…
Las plantas son importantes, mejoran las condiciones ambientales y la calidad de vida, purifican el aire y absorben químicos.
Un hogar incómodo, inseguro o insalubre es nocivo para la salud física y mental.


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